el ojo de los días
hernán
I
Mientras la música suena, Hernán entra al mingitorio. El paquete seguía encima del dispensador de papel, algunos centenares de hojas en un sobre amarillo y maltratado a medio abrir. La primera vez que lo vio fue cuando entró a orinar. Regresó a su mesa mientras una chica más se movía lánguidamente hacia el tubo donde comenzaría su baile. Ella es Betsi, escucha y bosteza. Sus amigos debieron llegar hace dos tragos. El show es aburridísimo y las mujeres padecen de un letargo hundidas en minutos y canciones monótonas. Hernán suspira de nuevo y bebe de un golpe su cerveza; cinco minutos después de nuevo está en los mingitorios. El paquete de hojas seguía allí. No hay nadie. Al tomar papel para secarse las manos, la vibración de la máquina mueve el sobre, las hojas son salvadas de caer. Apenas se percata de un ligero hormigueo en la punta de los dedos. El silencio del baño se mantiene unido por hilos de música pomposa y melodramática allá afuera. Se peina con un poco de agua, el olor a azufre lo apura a regresar a su aburrido rincón.
Debí llegar primero a casa de Víctor, piensa mientras mira su reloj y acaricia el paquete de hojas que yace junto a una cerveza nueva que no pidió. La botella está fría y se imagina que las pequeñas burbujas reventándose dan más emoción que estos pésimos bailes. El lugar es el Princess, "Ahora con nueva administración", indica una cartulina verde fluorescente a la entrada. En la despostillada calle Ignacio Mejía el lugar ha sobrevivido algunas décadas, ¿cuántas veces y desde cuándo ha visto el mismo anuncio "Ahora con nueva administración" en la pared? Y cada vez que el anuncio aparece, los colores y las mujeres desnudas representadas con siluetas negras cambian ligeramente o brillan con un negro más negro, pero por dentro el lugar es el mismo, las mismas sillas, el mismo humo, los mismos pisos.
Es cinco de febrero y el débil sol de la tarde lame los altos vidrios ahumados del lugar. Víctor escogió este sitio. Yo invito, les dijo a Efraín y a Hernán hace unos días, el nuevo trabajo pinta muy bien, ¿De qué se trata?, Efraín le preguntó, Hago lo mismo pero ahora me pagan en dólares, lo único que no me agrada es la distancia. Ahora, mientras el DJ cambia la música para cambiar de mujer en la pista. El olor de un cigarro lo hace voltear, uno de los pocos espectadores se sentó a su lado y el humo, cada vez que lo exhala, alcanza a Hernán y le pica la garganta.Berenice sube a la pista; es una mujer obesa, baila como si estuviera en una fiesta familiar; no provoca ni deseo ni repulsión, mueve los hombros con pesadumbre y los brazos son dos mangueras flácidas, se balancean de adelante hacia atrás. Dos de los diez parroquianos, se levantan y salen de aquel circo oscuro. Tanta música y tanta carne, piensa Hernán mientras tamborilea con sus dedos el paquete de hojas.
csm