Monday, March 14, 2005

ii (los cuervos, para los que se acuerdan)

Héctor me observa insistente; se percata como me lavo los dientes, es común en este trabajo que después de comer todos se reúnan en los baños para tal tarea. Hace cuatro años cuando comencé a laborar aquí fue una sorpresa. Al regresar de la comida inmediatamente fueron al baño con sus pastas y cepillos; incómodo, los esperé sintiéndome insalubre. Hoy, como todas las mañanas después del almuerzo, llego y comienzo la rutina, me enjugo la boca y comienzo de nuevo.
Aquí está Héctor con su atuendo negro y su cabello corto y la pequeña herida en el labio sigue pareciendo fresca. Me mira con las manos en los bolsillos y sonríe, le indico que es la segunda vez porque siento que no quedaron tan limpios, se sabe por el gusto que me queda en la boca le comento porque necesito romper ese disgusto; camina hasta la salida y desaparece. Recojo mis pertenencias y salgo, él da vuelta a la izquierda con dirección al estacionamiento, recorre el pasillo con la cabeza baja.
Héctor trabaja a tres cubículos de mí; tiene el espacio más amplio. Su voz es discreta pero escucho su risa cuando habla con los clientes. El lunes pasado arribó con una pequeña marca oscura en el labio inferior y su mano izquierda mostraba un rasguño fresco; me observó tal cómo lo hizo en le baño, algo me quiso decir pero no se atrevió.


A las 5:00 PM, Héctor sube a su auto y se aleja de la oficina rumbo al centro de la ciudad; da algunas vueltas por el viejo gimnasio y lo detiene frente a las mujeres que le piden subir pero, antes de acercarse a la ventanilla, pone en marcha el auto. Lo repite en varias ocasiones hasta que una de ellas en algún momento hace una seña que se traduce como enojo, de pronto desvía su auto y se pierde en la noche.

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