Thursday, January 06, 2005

Los cuervos

I

Hoy volvió a tener una pesadilla y como las veces anteriores la relacioné con la muerte. No se despertó pero sí lloró. Eran las 6:30 de la mañana y los cuervos, nuevos en esta zona, graznaron en la ventana. Mientras llora palmeo delicadamente su hombro tratándola de calmar, ¿qué más puedo hacer? Lo que me extraña son esos cuervos que antes no existían; siempre los asocio con las películas de terror o los viajes a los lugares donde algo importante puede pasar, no en este desierto. Pienso en levantarme y preparar café para que ella se relaje y para que yo me despierte por completo. Ahora está inmóvil, parece que el sueño la llevó a otro lugar; escucho los pájaros y los cuento: son nueve, ¿qué amenaza existe en el número nueve? Sonrío porque no sé nada de cabalística. Tallo mis ojos con las palmas de las manos, agito el cabello quitando cualquier otro pensamiento. Su respiración es profunda. Quizás deba escuchar su sueño con detenimiento y desmembrarlo, quizás los cuervos traen alguna noticia.

No recuerda nada; se quedó con las piernas recogidas en la silla del desayunador
—Nada— me dijo y bebió un poco de café.
—¿No te acuerdas qué soñaste?— me sentí un poco frustrado.
—¿Qué crees que haya pasado?— y siento como ella quisiera adivinar lo sucedido; ahí, con su blusa holgada, con la taza muy cerca de su boca pienso que algunos manchones de recuerdos tratan de surgir.
La mañana la pasamos tranquila; la rutina del quehacer se llevó igual que otros días; al final la casa olía a lavanda. Es un olor que se mete en los rincones pero no molesta, prefiero este aroma al de naranja que deja ese líquido caro que compramos el mes pasado. Leímos un poco. Ella cosió una de sus camisas, la perra que tenemos, Volga, no la reconoció hace dos días y trató de morderla, rasgando sólo su camisa. Ella lo quiere dejar como un accidente, yo me quedé en silencio ante tal idea.

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